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NOTICIA: Gracias a Dios podemos contar el cuento dicen los Nicaraguenses.


Cuando a las 10:00 de la mañana el viernes, Franco Peñalba atendió su celular en una finca en Carazo, se encontró de repente con una voz conocida: “Amor, estoy bien, vas a ver en televisión que el vuelo en el que viajaba se cayó, pero estoy bien”. Era ella.

Ana Cecilia Vega, directora de la Cámara de Industria de Nicaragua (Cadin), su esposa desde hace años, había sufrido algunos golpes, pero estaba viva y había caminado en las calles llenas de curiosos, se había subido a un taxi y hacía aquella llamada desde el Aeropuerto de Toncontín, en Tegucigalpa. Cinco personas murieron. 81 estaban en los hospitales.

No se hablaba de otra cosa en Honduras, el Presidente había cerrado el aeropuerto, por peligroso. Llegaban las condolencias de todas partes del mundo. El presidente del Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE), también nicaragüense, se contaba entre los muertos.

Y ella llegó a Managua ese mismo día. Se fue por tierra, y la familia la esperaba en la frontera. En el vuelo murió el nicaragüense Harry Brautigam, el funcionario del BCIE, un hombre que temía a los aviones y que el día del accidente se subió a la aeronave contento.

Conversó con Alfredo Vélez, otro de los sobrevivientes y el gerente de Cargill, la empresa dueña de la parte industrial de Tip Top. Le dijo que se reuniría con el presidente Manuel Zelaya, con quien lo unía una amistad de años.

Vélez se encontraba recuperándose todavía ayer en una clínica de Honduras. Tenía fracturas; no le había afectado ninguna parte del sistema nervioso, pero le dijeron que necesitará cuatro meses para curarse.

Vélez contestó el teléfono, usando el alta voz, cuando se le llamó ayer. “Gracias a Dios bien, contando el cuento”, dijo entusiasmado y así empezó su relato.

EN 30 SEGUNDOS Alfredo Vélez ocupaba ese día el asiento número 14, en el vuelo 390 de TACA, que salió de Nicaragua y pasó por El Salvador.

Después sigue Tegucigalpa, San Pedro Sula, en Honduras, y el destino final es Miami, Estados Unidos. Viajaban 124 pasajeros, sin incluir a la tripulación, el piloto, un señor con más de 11 mil horas de vuelo según la compañía. Llovía en esos días en Centroamérica.

El huracán Alma amenazaba la región, según los diarios internacionales que ignoraban que ya las lluvias tenían inundada a gran parte de Managua y afectado el occidente del país, en especial a León. Desde el avión se miró que había muchas nubes, diría luego Vélez postrado en su cama.

Entonces el piloto César D’Antonio avisó por los parlantes que haría otro intento por aterrizar. No había nada de que preocuparse. Y aterrizó. Pero algo inesperado llevó al avión a otro lugar. “Nosotros pensamos que el piloto tenía todo bajo control”, dice ahora Vélez.

El avión, según los reportes iniciales, chocó contra el muro de una compañía al otro lado de la calle vecina al aeropuerto, donde aplastó a un automóvil, un taxi y una motocicleta.

Adentro del avión murieron cinco. Decenas de heridos.

“No fue que el motor se quemó mientras volaban. Ellos ya habían aterrizado y se sorprendieron con lo que pasó cuando ya se creían seguros”, explica Franco Peñalba, esposo de una de las sobrevivientes. Vélez recuerda que bastaron 30 segundos para que el vuelo tranquilo cambiara.

Lo que vio con el rostro ensangrentado —tenía herida una ceja—, lo sorprendió. “Se había caído la parte del techo, había gente accidentada. Y los sobrevivientes intentaron salir rápidamente. Había mucha gente tratando de ayudar”, dijo.

El resto es historia trágica. Ahora el funcionario de la rosticería deberá pasar cuatro meses recuperándose. ¿Y Ana Cecilia Vega, la otra sobreviviente? Ayer salió hacia Costa Rica, a un viaje de trabajo, informó su esposo Franco Peñalba. Llegó bien.

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